Todos somos judíos
Estuve en el museo judío de Berlín y todo me iba pareciendo interesante, pero al llegar a este punto, me quedé paralizado. Es la infame tela amarilla con la estrella judía. A partir de septiembre de 1941, todos los judíos mayores de seis años estaban obligados a comprarla por diez pfennigs y coserla en la pechera izquierda del vestido o traje que llevaran. Es el poder del símbolo: ver la tela tan de cerca; apreciar que es un objeto tan palpable... me produjo una profunda impresión. Algo parecido sentí en la sinagoga de Pinkas (Praga), y esto me confirma que nunca podré visitar ningún campo de concentración —y aun menos uno de exterminio— como tenía pensado. No soy mojigato, y había visto, oído y leído mucho sobre el holocausto, pero cuando vi las paredes de la sinagoga cubiertas con los nombres de todos los judíos exterminados (una cifra fría convertida en algo mesurable) y vi los dibujos que los niños hacían en los campos de exterminio, me pasó lo mismo que al ver esta tela: me sobrecogí. ¿Por qué será que estos símbolos pueden alterarnos mucho más que las crudas imágenes de un documental?
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