... y yo desesperando, y tú, tú contestando: «quizás, quizás, quizás».
Yupi. El teléfono de mi casa y oficina ya vuelve a funcionar. No ha sido para tanto: apenas he estado tres meses sin teléfono e Internet gracias a Jazztel, famosa por decir que ofrece un ADSL de 20 MB (ay, qué risa) y por consentir que uno de sus distribuidores me robara un número de teléfono, y gracias también, cómo no, a Telefónica. Peor es que te amputen una pierna, creo. Nos quejamos de vicio. Pero no lancemos las campanas al vuelo; aún tengo que pedir el ADSL y eso va a tardar unos quince o veinte días más porque habrá que tirar un cable, digo yo, desde la oficina central de Telefónica hasta mi casa, y unas señoras tendrán que ir cosiéndole miriñaques y fustanes para que quede lindo, y eso lleva su tiempo.
En estos cuatro últimos meses, he hecho —las tengo anotadas todas con horas y nombres— treintaidós llamadas a esas dos grandes y queridas compañías telefónicas para intentar averiguar quién tenía mi línea y qué estaba haciendo con ella. Y he aprendido mucho, como, por ejemplo, que hay personas que tienen nombre como de enfermedad vascular («Yurisma») y otras que nunca se encontrarán con un tocayo, como la pobre «Neisy». Ya lo decía Daniel Samper en su magnífico artículo sobre nombres colombianos.
El gobierno ha aprobado una ley supermoderna de la muerte para que tengamos derecho a hacer nuestras gestiones ante la Administración a través de Internet, pero los cerebros que la redactaron no aprueban ninguna ley que obligue a las compañías telefónicas a dar buen servicio de acceso a Internet (bueno, a dar un buen servicio...; bueno, a dar algo). Tampoco parece haber ningún epígrafe que garantice la calidad, rapidez y eficacia de la respuesta que darán las administraciones públicas a través de Internet. Hum, mi cuerpo se estremece de emoción al visualizar los conocimientos informáticos de alguna administración que yo me sé y la prontitud con la que algunos funcionarios se pondrán a cibercapacitarse...
Claro que «en ningún sitio se vive tan bien como en España», como le espetaba el otro día una señora a otra para resumirle en un pispás sus vacaciones en Francia. ¿Coserá la señora buenos miriñaques?