Una bitácora con curiosidades, rarezas, algo de divulgación y bofetadas para los crédulos.

Mostrando entradas con la etiqueta Jazztel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jazztel. Mostrar todas las entradas

Pigmeos bailando jazz

En 1932, Martin y Osa Johnson filmaron el documental Congorilla en África. En una escena, Osa enseña a bailar jazz a los «salvajes» (como se les decía entonces). Oye, y qué ritmo tienen los jodíos. Claro que Osa no les va a la zaga con su movimiento pélvico. Su marido comenta que los negritos a veces pierden el ritmo, pero luego lo recuperan. Viéndola a ella al final, ahora entiendo por qué los viejecitos en las verbenas de toda España bailan todos igual…

In 1932, Martin and Osa Johnson filmed the documentary Congorilla in Africa. In one of the scenes, Osa makes the pygmies (or "savages" are they were called back then) dance to the rythm of the jazz music. God, they got rythm! Nevertheless, they "sometimes got out of time, but they quicklye came back to it again". [Whispered by Fernado G.]

Y así pasan los días...

... y yo desesperando, y tú, tú contestando: «quizás, quizás, quizás».

Yupi. El teléfono de mi casa y oficina ya vuelve a funcionar. No ha sido para tanto: apenas he estado tres meses sin teléfono e Internet gracias a Jazztel, famosa por decir que ofrece un ADSL de 20 MB (ay, qué risa) y por consentir que uno de sus distribuidores me robara un número de teléfono, y gracias también, cómo no, a Telefónica. Peor es que te amputen una pierna, creo. Nos quejamos de vicio. Pero no lancemos las campanas al vuelo; aún tengo que pedir el ADSL y eso va a tardar unos quince o veinte días más porque habrá que tirar un cable, digo yo, desde la oficina central de Telefónica hasta mi casa, y unas señoras tendrán que ir cosiéndole miriñaques y fustanes para que quede lindo, y eso lleva su tiempo.

En estos cuatro últimos meses, he hecho —las tengo anotadas todas con horas y nombres— treintaidós llamadas a esas dos grandes y queridas compañías telefónicas para intentar averiguar quién tenía mi línea y qué estaba haciendo con ella. Y he aprendido mucho, como, por ejemplo, que hay personas que tienen nombre como de enfermedad vascular («Yurisma») y otras que nunca se encontrarán con un tocayo, como la pobre «Neisy». Ya lo decía Daniel Samper en su magnífico artículo sobre nombres colombianos.

El gobierno ha aprobado una ley supermoderna de la muerte para que tengamos derecho a hacer nuestras gestiones ante la Administración a través de Internet, pero los cerebros que la redactaron no aprueban ninguna ley que obligue a las compañías telefónicas a dar buen servicio de acceso a Internet (bueno, a dar un buen servicio...; bueno, a dar algo). Tampoco parece haber ningún epígrafe que garantice la calidad, rapidez y eficacia de la respuesta que darán las administraciones públicas a través de Internet. Hum, mi cuerpo se estremece de emoción al visualizar los conocimientos informáticos de alguna administración que yo me sé y la prontitud con la que algunos funcionarios se pondrán a cibercapacitarse...

Claro que «en ningún sitio se vive tan bien como en España», como le espetaba el otro día una señora a otra para resumirle en un pispás sus vacaciones en Francia. ¿Coserá la señora buenos miriñaques?