Ciencia popular: La radiación, huy qué miedo
Ayer oí a dos personas hablar sobre esta sorprendente noticia, en la que se «relacionan cinco fallecidos por cáncer y siete afectados por la enfermedad con el uso de un ordenador de la policía». Y estas personas hacían referencia al triste caso de los niños de un colegio de Valladolid que contrajeron cáncer hace años. En aquella ocasión, algunos padres —en su desesperación, comprensible, e ignorancia, menos justificable— se movilizaron y denunciaron para retirar unas antenas de telefonía móvil cercanas que decidieron que habían sido las responsables. Las personas que hablaban de esto se quedaron con que las antenas podían provocar cáncer, pero no parecían saber que la causa se sobreseyó y que no hay pruebas científicas que sustenten tamaña afirmación. De ahí pasaron a hablar de las radiaciones en general, de los hornos microondas, de los teléfonos móviles y de ay Dios mío cuántas cosas no sabemos y nos están matando. Y ahí estaba yo, que acababa de salir del consultorio de un fisioterapeuta, que me había radiado con microondas una contractura para luego masajeármela.
La radiación, los alimentos transgénicos y tantas otras preocupaciones primermundistas están en boca de la gente —y es lógico— y provocan recelo, miedo y, por lo que se ve, pocas ganas de profundizar en el tema, pero muchas de quedarse con lo negativo y espectacular; incluso se habla de una conspiración mundial de las empresas para sacar más dinero a costa de envenenarnos.
Pocos parecen saber que hay tipos de radiaciones e intensidades, que no es lo mismo un teléfono móvil que una máquina de rayos X y que tomar el sol es, también, una forma de exponerse a una radiación que sabemos que es ionizante y, por ende, carcinógena. Ni tampoco que el ochenta por ciento de la radiación que recibe un ser humano en su vida es de origen natural y no puede evitarse, que los alimentos radian e incluso los seres humanos emitimos una levísima cantidad de radiación. Y que cuando hay tormentas solares, nos pegamos un baño de radiación de aúpa (la misma que mataría a los astronautas en un futuro e hipotético viaje a Marte).
Las personas de esta escena remataban su conversación con esa lapidaria frase de «Cuando el río suena es que agua lleva», y volvían a sus casas un poco más preocupados, un poco más desasosegados por algo que no conocen bien, pero que la prensa y el desconocimiento científico sirven en bandeja para aquellos que quieran engullirlo sin masticación previa. Y este desconocimiento atemorizante es acumulativo —como la radiación— y perjudicial para la salud mental y física de las personas. Apliquemos un poco de pensamiento crítico, documentémonos y procuremos sacar conclusiones fundadas. Es más saludable.
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